Sunday, 4 November 2007

La Ropa de Juan José Millás

Hace 10 años compré un traje oscuro
que no me he puesto nunca. Quería
comprobar si la ropa, aunque no
te la pongas, envejece. El otro día lo
saqué del armario, le quité la percha,
lo coloqué sobre la cama y advertí
con asombro que era un traje
anciano, como si alguien invisible lo
hubiera usado durante todo este
tiempo para ir a la oficina. Aunque
los hombres invisibles no deforman
los codos o las rodillas con la violencia
de los visibles, se percibía en esas
zonas un desgaste sutil. Me puso los
pelos de punta la vejez tenue de
aquel traje que no había ido nunca
al cine, que no había asistido a ningún
cóctel, que no había viajado en
el autobús o en el metro: un traje, en
fin, que sin haber corrido ningún
riesgo vital, estaba evidentemente
cansado y listo para el ataúd.
Pensé de nuevo en la idea de que
lo hubiera usado un sujeto invisible.
Imaginé la posibilidad de que durante
todos aquellos años, mientras yo
leía, escribía o dormía, se hubiera
desprendido de mí una versión incorpórea
que había utilizado el traje.
Una chaqueta y unos pantalones
bien moldeados pueden funcionar
como una prótesis corporal para alguien
descarnado. Sin facilitar las
prestaciones de un organismo completo,
proporcionarían a un hombre
sin cuerpo una sensación de volumen.
Pero la ropa, en lo que tiene de
ortopedia, resulta un poco triste.
De pequeño, leí un cuento cuya
acción transcurría en una ciudad
donde los trajes salían a pasear
solos, sin nadie en su interior, los
domingos por la tarde. Impresionaba
imaginar las plazas y las avenidas
de aquella ciudad.
Mi traje, sobre la cama, parecía
sacado de aquel cuento. Te lo imaginabas
en el casino, departiendo con
otros trajes de su calidad (clase media),
soñando quizá con tener más
algodón, o menos fibra, y se te encogía
el alma de lástima. A lo mejor le
habría gustado ir en alguna ocasión
al tinte. Hurgué en sus bolsillos, por
si hubiera en ellos alguna nota, alguna
moneda, algún billete de metro o
autobús, pero no hallé nada. Finalmente,
lo colgué de nuevo de la
percha y volví a guardarlo en su sitio
porque no se me ocurría qué otra
cosa podía hacer con él (o por él). Y
ahí sigue, haciéndose mayor, víctima
del tiempo oscuro que discurre dentro
de los armarios.

2 comments:

belita said...

que bonito chica!me ha gustado mucho. tienes un blog mui bueno. vale!
besos grandes e continua

Carla Alves said...

Gracias Chica... a mi me gusta también como me va... espero que siga asi... Voy a intentar que siempre esteja bueno ;)